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lunes, 24 de junio de 2013


EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
¡Y VOY DE VIAJE!
Por Ramón Durón Ruiz
H
ay una anécdota que me contó mi amigo el abogado mantense Rafael Diez Piñeyro, que a su vez le fue contada por el prestigiado político yucateco Emilio Gamboa Patrón, que me gusta. “Hace varios sexenios, cuando el signo de los tiempos eran las crisis económicas, llegó el Presidente Miguel De la Madrid, acompañado de los secretarios de Gobernación, Hacienda, Industria y Comercio y de la Defensa, a la casa del bien querido líder Don Fidel Velázquez.
Inmediatamente los pasaron a la sala, en donde eran atendidos amablemente, a los pocos instantes baja del segundo piso Doña Nora esposa de Don Fidel, quien a media escalera, al ver al Ejecutivo Federal –que puesto de pie con sus acompañantes esperaba para saludarla–, con la sabiduría que el sexto sentido que las mujeres poseen exclamó: —¿Pues de qué tamaño es la devaluación que viene?”
La moraleja es formidable, ¿De qué tamaño son los sueños que tienes para tu porvenir? “Los abuelos que debieran vivir para siempre” pues son un tesoro viviente; te enseñan –si tienes la humildad de acercarte a ellos– lo trascendente que es, que tengas una visión positiva del futuro.
Ellos son una maravillosa escuela de vida, que han bebido sus haberes y saberes de la fuente Divina, que los lleva a retornar a lo básico, a gozar con simplicidad la existencia, saben que la vida enseña… pero pocos, muy pocos son los que aprenden a ir en la búsqueda y al encuentro con su sino.
Los abuelos, como dijese Pellicer “Son héroes de sí mismos” que han utilizado su tiempo para servir, son una generación del esfuerzo y del sacrificio que al fijar reglas claras en el hogar, no nos han sobreprotegido, han forjado nuestro carácter, nos han enseñado a escalar por méritos propios, a ganarnos lo que deseamos con el sudor de la frente y con ello, darle aire a nuestras alas.  
Ellos con sus pausas, a su ritmo y a su tiempo, con su personal estilo y singular sencillez, saben que  están en la edad en la que desbordan tolerancia y sapiencia, por ello “ven a DIOS en el prójimo” y viven cada instante con el poder que genera el entusiasmo, porque saben que “Se puede ser feliz sin talento…pero no sin pasión”  
Con la misma intensidad que el pintor plasma en el lienzo su personal policromía; con igual ímpetu que el poeta pergeña sus poemas; con la vitalidad que el escultor talla el mármol o la madera; con el arte con el que el alfarero hace del barro una obra maestra; con igual vigor el viejo Filósofo se ha convertido en un aprendiz, que ve la vida a través de los ojos de los abuelos.
Los abuelos y los niños son coautores del amor a la vida, nos enseñan que somos especiales, porque son poseedores de esa sutil magia que hace que cada instante sea divino, en el eslabonamiento del tiempo, con ellos cada segundo se convierte en un perfecto milagro, en el que son portadores de las buenas nuevas que traen el amor, la dulzura y la sana alegría…. que unen para siempre.
Ellos son sus mejores amigos, aman generosamente, hablan con sencillez, porque saben que no se puede transitar por el camino sin peregrinar con la sana alegría, sin estar enamorado de sí mismos, sin honrar su cuerpo –con una sonrisa–, porque es el recinto sagrado que DIOS les dio, saben que el universo no se detiene por su dolor, por eso… ¡la vida continua!
Es increíble como el mundo de los niños y los abuelos está unido holísticamente, será porque en el universo espiritual todo se conecta, el alfa y el omega están tan íntimamente vinculados que no hay espacios para la segmentación, por eso su existencia trascurre en la plenitud.
La vida me ha enseñado que vivir con una dosis de humor genera buenos resultados. Resulta que entra a la cantina el viejo campesino de allá mesmo y mirando a los parroquianos, voz en cuello dice:
—¿Quién de ustedes es muy gallo?
Todos se quedan callados, los que no lo conocen dicen: —¡A de ser policía federal!
Pasa un rato y después de varios tequilitas y cervecitas grita de nuevo:—¿Quién se cree muy gallo?
Y se para un pelaó de 1.85 de estatura, una espalda que parecía ropero de dos lunas y mirándolo le dice:
—¡Yo!, yo me creo muy gallo ‘abrón… ¿Por qué?
El Filósofo le contesta:
—¡No!, sólo pa’ que me despiertes a las 5 de la mañana porque no tengo despertador… ¡y voy de viaje!

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